Odio la Navidad

E igual que lo hago yo, lo hacemos muchísima más gente. ¿Por qué? Intentaré explicarlo en sencillos pasos; fácil, y para toda la familia. Andiamo.

Uno de los motivos es que aflora el carácter más hipócrita de la gente, que aprovecha estas fechas para dar rienda suelta al consumismo más vacío y voraz, mientras el resto del año predican lo muy ateos que son y lo cancerígena que es la religión. No mentiré, a todos nos gustan los regalos. Lo que no me gusta es el megamonstruo supercomercial omnipresente y omnipotente que se cierne sobre estas fechas, dando paso a los personajes más casposos de la televisión (sólo tenéis que ver la Gala de Nochevieja de la TVE). Bajo mi punto de vista, los regalos, que en un principio son concebidos como un acto de generosidad, sin necesidad intrínseca de reciprocidad, se cosifica de una manera tan vil y mezquina, que es repulsivo, ya que te ves obligad@ a comprar regalos a todo quisqui, sin saber si el suyo te gustará.

Ya no es solo eso, sino que, a lo largo y ancho del globo, el medio de globalización mas sólido de la história, la publicidad, nos bombardea como si fuésemos Irak, en busca de dinero, un dinero que le gente va ahorrando durante todo el año para gastar en estas fechas tán señaladas, ya sea en concepto de regalos, de lotería, la cual vale veinte putos eurazos, de figuritas de Belén, y un sinfín de gastos, inocuos a priori, pero que hacen que el sistema capitalista se frote las manos cada vez que suenan las campanas, y no precisamente las que describía Hemingway. Si el sistema capitalista es exigente desde el minuto 0, y busca exprimir lo máximo de todo lo que se pueda comercializar; en navidad es una locura, expuesta al cuadrado: Los hipermercados cierran más tarde, bajan los precios, se supone para una mayor competitividad, se globaliza el mercado, ya que las compras online aumentan, se abaratan los gastos de envío, en fin. Se entra en una vorágine de consumismo que atrapa al grueso de la población, como no podía ser de otra manera, un grueso que no desarrolla el suficiente pensamiento crítico como para poder identificar una fiesta, que más que dar peso a las tradiciones, refleja las diferencias sociales que nos separan como sociedad. Bien puede ser por no desarrollar ese pensamiento crítico que acabamos de describir, o por una posición hedonista, cómoda, la cual valora que es más eficiente quedarse en el sofá comprando regalos online o yendo al Corte Inglés "donde se gesta la ilusión de millones de niños", mientras otros muchos infantes no tienen ni luz en sus casas para pasar, no ya las navidades, sino el resto del año, y el gobierno, ni siquiera aprueba un plan para que no haya niños sin luz, ni calefacción, mientras otros nadan en juguetes, engañados por sus padres, en un ejercicio de cinísmo excelso, enmascarado en una falsa compasión levantada sobre un carácter paternalista que hace que los padres vean a sus hijos como seres ignorantes, que no tienen madurez suficiente para ver la realidad. No es que la juventud no madure porque quiere, sino en muchos casos, porque se ve coartada por unos padres mentirosos, que levantan sobre una falacia, a todas luces ilógica, una fiesta que hace vibrar a los más pequeños.

Se nos enseña de pequeños, con la festividad de los reyes magos, que los monarcas te dan regalos, cuando es al contrario. Un monarca no te da, te quita lo que es tuyo.

Tira millas.

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