Epifanía



Voy a comenzar in media res, sin introducción porque creo que la experiencia que tuve ayer, de lo genial que es, no la necesita. Y lo mejor de todo es que es totalmente real, lo que renueva mis votos una vez más en el ser humano como especie.

Ayer al volver de la sede de Cruz Roja, de hacer algunas tareíllas, fui al supermercado a comprar. Todo normal hasta ahí, nada destacable, pero cuando llegué al supermercado, vi a una persona sentada en la puerta del mismo, un hombre con un aspecto totalmente desaliñado, diría que con aspecto de sin techo, que tenía un carro de compra lleno de cachivaches, entre ellos mantas, una almohada, y una bolsa de aseo con lo necesario para el día a día.

Me paró en la puerta y me dijo que si le podía comprar un zumo de piña, sin azúcar, ya que el azúcar le picaba los dientes y no tenía dinero para ir al dentista, esto me lo dijo en inglés, porque no sabía español apenas. Entré al supermercado y le compré el zumo, a parte de lo que iba a adquirir para mí, y a la salida se lo di. Cuál fue mi sorpresa al ver cuando salí que el susodicho estaba tocando la flauta, con una habilidad que me dejó pasmado, una flauta que estaba hecha trizas, pero que aún así sonaba espectacularmente bien. Esto me dejó patidifuso, por lo que me acerqué a darle el zumo y le pregunté que cuánto hacía que tocaba la flauta y me dijo que unos veinte años, por lo que a continuación iniciamos una conversación en la que estuvimos hablando sobre de dónde venía, a lo que me contestó que del norte de Inglaterra y que llevaba más o menos dos meses en España. La conversación fue tomando un caríz cada vez más abstracto conforme avanzaba, en lo que fue una conversación de casi dos horas en las que estuvimos compartiendo vivencias y experiencias, a la vez que nos intercambiábamos opiniones sobre los diversos temas que tratamos, como era la falsa felicidad que rige el "world of shadows" en el que vivmos, como me dijo él, haciendo referencia a la caverna de Platón, en la que coincidimos, vivía el noventa y pico por ciento de la gente del mundo, donde sólo importaba llevar a cabo una vida, planeada y establecida, según criterios ajenos, pero que la gente toma como suyos, debido a la presión social de los diferentes entornos, que juzgan y critican a sus prójimos si no cumplen con los cánones vitales planteados por la sociedad, una sociedad de consumo como la que tenemos hoy en día, donde el máximo exponente es la ley de la oferta y la demanda, y esto se ha convertido en una máxima vital e histórica.

 También estuvimos divagando sobre el sentido de la vida y la elección que él había hecho sobre la misma, lo cual me sorprendió, ya que me pareció que estaba hablando más con Sartre que con una persona que me había encontrado por la calle, y en esta parte la unanimidad fue total, ya que los dos coincidíamos en entender al ser humano como un náufrago, algo meramente circunstancial que se va adaptando a las coyunturas que van surgiendo a lo largo de su ciclo vital, y el actuaba en consecuencia lo que concebía como felicidad vital: Vivir libre, sin ataduras, viajando por todo el mundo con su mochila a su espalda y sin tener que rendir cuenta a nadie ¡Bendito encuentro! Pero lo mejor vino cuando me contó que dos días atrás había estado en Adra, ya que va andando a todos sitios, y que allí, de noche buscó un "place to shit" (todo suena mejor cuando lo dices en inglés, incluso cuando vas a cagar) y cuando una familia que iba con dos niños lo vieron en un sitio apartado haciéndolo, le taparon los ojos a los críos, escandalizados. Que pechá de reir nos echamos.

Me contó que llevaba treinta años viajando por toda Europa, visitando las diferentes capitales, con su carrito a la espalda y su pasaporte en la mano, y había visitado también algunos países de África como Angola, Senegal y Marruecos. Fascinante.

Para terminar, me dio un consejo, que creo que nunca olvidaré, debido a lo que me sorprendió: "Do yoga, and be vegetarian", lo cual tenía sentido ya que él tenía sesenta años por lo que me dijo, peo parecía un chaval de treinta ¡Ya quisieran muchos!

Obviamente no tiene móvil y se que no le voy a volver a ver nunca, aunque me gustaría que no fuese así, pero ese Señor, con mayúsculas, Peter, ha supuesto un punto de inflexión en mi forma de ver y entender la vida, en lo que Ortega y Gasset llamaba la sensibilidad. Toda una epifanía. Ojalá todos tuviésemos una filosofía vital mínimamente parecida a la suya. El mundo sería un lugar infinitamente mejor.

Tira millas.



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