El dios de la curva


Cuando normalmente se tiene una charla con alguien creyente, o en su defecto, practicante, suelen preguntar el por qué del ateísmo de la persona con la que están dialogando, y mi respuesta es usualmente la misma ante la pregunta de la razón por la que soy ateo: Porque no puedo y por que no quiero, dicho en román paladino.

El por qué no puedo es obvio, la ciencia es resolutiva en este aspecto y no hay mucho más que desarrollar, debido a la contundencia de las pruebas que corroboran la inexistencia de un creador, un ser superior dotado de omnipotencia que maneje el mundo a su antojo, haciendo y deshaciendo según su criterio. No puedo porque el uso de la razón me lo impide, lo cual por muchos es entendido como cerrazón mental, intentando hacer creer que la capacidad de creer en dios es una especie de amplitud de miras, cuando en realidad es un acto de debilidad, al no poder asumir aspectos trágicos de la vida como es la muerte, creando invenciones como la resurrección, y por tanto, negando y huyendo de la realidad que nos rodea de manera cotidiana. En ese aspecto es un acto de madurez, tanto individual como a nivel de sociedad el hecho de asumir la soledad existencial del ser humano como especie sin la necesidad de un ser omnipresente y omnipotente que nos echa un cable cuando lo necesitamos y, dado el caso, nos resucita. Por tanto entendemos que la evolución es un hecho, dios, solo una teoría. No hay mucho más que añadir.

Pero la pregunta importante es, desde mi punto de vista, por qué no quiero creer, y es una reflexión individual que considero que deberíamos hacer todos los que no creemos, ya que ahí radica el origen de esta reflexión. Pienso que el hecho de no querer creer es una linea de pensamiento complementaria del no poder creer, y no son exclusivas, aunque se pueden dar individualmente. Aquí voy a intentar dar mi porqué, a ver cómo va.

Me niego a creer en la existencia de dios, porque para mi es rotundamente vergonzoso pensar que hay un ser que tiene la potestad, independientemente de que exista o no, por el mero hecho de ser nuestro creador, de dar y quitar vida a su libre voluntad, ya que esto es una negación rotunda a la vida y a la independencia del ser humano, a su propia autonomía. Considero que es mucho más bello  y justo atribuir al ser humano lo que hace, tanto las responsabilidades de sus propios actos y sus consecuencias, así como sus méritos y reconocimientos, sin que se piense que somos meros títeres en manos de un titiritero mayor que nos maneja a su antojo. También me niego a creer en la existencia de un ser que, mediante sus sucursales terrenales, ha infundido el miedo y el terror durante siglos en todo el mundo, y aún a día de hoy lo sigue haciendo como técnica de marketing para conseguir la "salvación eterna": una salvación eterna que a día de hoy nadie ha confirmado ¡Vaya! Bueno, es una manera de fidelizar clientes.

Otro de los motivos por los que me resulta tan obvia la voluntad de no querer creer en dios ni las religiones, es por último, que éstas se han convertido en simples objetos de consumo al servicio de los usuarios que quieran adquirirlas, según sus necesidades y apetencias. Es como hacerse un seguro del coche, según si tu creencia es fuerte e intensa o no, pues a todo riesgo o a terceros. Como dice Evaristo: "Dios es puta propaganda".

Si queréis documentaros sobre el ateísmo, os recomiendo un autor que a mí, personalmente me fascina, como es Paul Sartre, el cual tiene unas tesis sobre el ateísmo existencialista brillantes.

¡Ala! Tirad millas vosotros que a mí este tema me deja agotao'.


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